viernes, 10 de octubre de 2008

OTRO ACCIDENTE


Amanece tarde en casa. La noche se presentó larga y cansina ante el ordenador y Morfeo hubo de retrasar su abrazo somnoliento por algunas letras que desearon bailar sobre la pista de un desangelado papel hasta altas horas de la madrugada.

Amanece tarde la mañana y ésta me sorprende con algo inesperado, repentino e involuntario. Una llamada de teléfono me informa de algo que sobrecoge mi corazón e inmediatamente, sensaciones y sentimientos salen a mi encuentro recordando algo ya vivido en el pasado. Nunca mejor dicho, un relativo déjà vu.

El suceso, un accidente de tráfico. Las causas, pongamos que iguales o parecidas. El escenario, la maldita carretera. Los protagonistas, amigos y conocidos. La diferencia, las horas y el tiempo.

La primera vez que tuve que hacer frente a una llamada de teléfono que me alertaba sobre un accidente de circulación sufrido por un amigo fue en primavera y recién comenzada la noche. En esta ocasión ha sido en otoño y al desperezarse la mañana. Entre una y otra median casi diez años en el tiempo.

La experiencia nunca te curte cuando se trata de experimentar estas situaciones y en ningún momento te sorprendes sintiendo familiaridad, aunque esto se haya vivido anteriormente. ¡Y hasta ahí podíamos llegar!

Después te embargan la preocupación, las ansias de querer conocer el alcance de lo ocurrido, el deseo de que todo pueda ser menor en la gravedad de los hechos, las ganas de saber que los tuyos se encuentran bien,…

Hoy amaneció tarde la mañana y una llamada de teléfono me tranquilizó porque la Parca, a pesar del golpe y el pulso mantenido, se equivocó en sus deseos y no ganó lo que quería. ¡Se siente, Canina triste y fea! ¡Otra partida perdida!


PD.: Os deseo una pronta mejoría y que en breve volvamos a saber cómo sueñan las sirenas al sur. Eso sí, sin olvidar que algo ronda jugando al escondite.

1 comentario:

Yovan dijo...

Malditas sean las llamadas que anuncian coches, vidas y sueños quebrados y malheridos.

Malditas sean las almas encarnadas de aquellos que, sin quererlo, se despertaron una mañana sin saber que sesgarían felicidades tan ajenas a ellos como los acontemientos en los que se verían involucrados.

Maldita sea aquella fría y húmeda noche de invierno. Fría la tristeza; húmedos los ojos.